martes, 7 de agosto de 2012

Los libros de Dios.

Entre nosotros los latinoamericanos existe un dicho para representar a aquél hombre o a aquella mujer que quieran sentirse realizados en la vida: "Cuando hayas escrito un libro, plantado un árbol, y tenido un hijo... entonces podrás decir que estás realizado como persona". Dios parece tener un especial gusto por los pensamientos latinos, pues hace lo mismo.

Queremos enforcarnos hoy en los libros de Dios. Dice el Antiguo Testamento que nada sucede sin que Dios tenga conocimiento del caso (Lamentaciones 3:37), pues todo está escrito en libros. Veamos por ejemplo lo que se le dijo a Daniel en 10:21: "Pues yo declararé lo que está escrito en el libro de la verdad". Vemos en Malaquías que hay libros que llevan el control de los que temen a Jehová (3:16). Y, por si fuera poco contundentes éstos argumentos, veamos lo que sucederá al final de los tiempos cuando Dios juzgue a cada habitante del mundo antiguo y actual. Apocalipsis 20:12: "Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los LIBROS fueron abiertos, y otro LIBRO fue abierto, el cual es el LIBRO de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los LIBROS, según sus obras". Preguntamos ¿Para qué escribe usted un libro, sino es para leerlo? ¿Para qué iba Dios a mantener un record de cada habitante sobre la faz de la tierra por todos los tiempos, sino pensaba leer ese libro?  ¿Por qué la escritura menciona que los libros serán abiertos, en un contexto de un juicio final, sino es para ejecutar una sentencia?  Definitivamente hay un punto cierto, lo entendamos o no, lo querramos creer o no, Dios ha permitido que las personas vivamos, y luego de la muerte hay un juicio personal inmediato.

De lo que esté escrito de bueno o de malo en esos libros, dependerá la sentencia que se emitirá en nuestro juicio. Y, si hay libro de la vida, tenemos que entender que hay un libro de la muerte. No hay segundas oportunidades en Dios, después de la muerte. A donde nos toque ir allí nos quedaremos por la eternidad (Mateo 25:31-46). Meditemos.

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