lunes, 3 de octubre de 2011

No importa el tamaño del problema.

Tantas veces pensamos que nuestro problema es tan y tan grande, que Dios no lo va a solucionar. O si no, cuando estamos metidos en lo recio de la batalla, en ocasiones pensamos que Dios está ocupado en otros problemas más serios, y por ello, no pone atención al nuestro.

Dios en su omnipotencia y en su sabiduría no sólo conoce nuestro problema, no lo pone en el olvido, sino que está trabajando en él. Lo que sucede es que ANTES está trabajando en nosotros, para cuando ya estemos preparados entonces darnos la solución. Pero eso, debido a lo agobiante de nuestra jornada no lo vemos en el momento. Veamos un ejemplo por decirlo de alguna manera, clásico del asunto. El mejor amigo de Jesús, Lázaro, se enferma, lo primero que hacen sus hermanas es mandar a llamar al Señor, pero Jesús, en lugar de salir corriendo para auxiliarlos, se pone a sanar enfermos en el camino, así la situación, cuando Jesús llega a Betania, Lázaro tiene ya cuatro días de muerto y ya huele mal. Marta, y María hacen lo que hacemos nosotros, se desconciertan y preguntan... ¿y no que nos ama pues?. Y quienes los conocen, hasta se burlan (Juan 11:37). Pero el Señor lo hizo a propósito para enseñarles una lección.

Para con nosotros es igual, cada vez que tenemos una batalla es para enseñarnos una lección, y, mientras más fuerte y recia es la batalla más profunda y grande es la lección que quiere enseñarnos, pues para el Señor no importa el tamaño del problema. Meditemos.

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