martes, 4 de octubre de 2011

Hasta aquí nos ayudó Jehová.

Estamos tan acostumbrados a pronunciar el nombre de Dios en vano, que cuando realmente lo hacemos de corazón, simplemente la gente o nosotros mismos no lo notamos. Con razón el Señor no se alegra porque lo hagamos. Mas bien nos lo prohibe en sus mandamientos.

En tiempos de los jueces, hubo sobre Israel un juez que amó y temió mucho a Dios, su nombre era Samuel. Quizás influyó sobre él el hecho de que su madre, Ana, habiendo sido esteril suplicó tanto a Dios que al fin la hizo fértil, y ella, en gratitud dedicó ese niño desde el vientre. Pues bien, Samuel fue un hombre muy respetuoso de Dios y de sus estatutos, y cuando en una ocasión los filisteos iban a atacar a los israelitas, Samuel dedicó en un servicio de adoración a Dios un cordero de leche, o sea, un cordero que aún era amamantado por su madre. Ese sacrificio, por el amor y el respeto con que fue dedicado, hizo que Dios se volcara sobre los filisteos y fueran derrotados y hasta salieran huyendo. Luego de la victoria, Samuel hizo un altar de piedra y dijo las siguientes palabras: "Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1era. Samuel 7:1-12).

En cada batalla que tengamos, dediquemos a Dios un sacrificio de adoración y él se encargará de darnos la victoria. El no hacerlo, no es pecado, pero es luchar con nuestras fuerzas, con nuestro brazo. En cambio, el hacerlo, es dejar la batalla en manos de Dios y entonces nosotros también diremos: Hasta aquí nos ayudó Jehová. Meditemos.

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