jueves, 31 de mayo de 2012

Aquellos a quienes Dios amó.

Cuando el hombre habla de amor todos piensan en rosas, una mesa con cena íntima, paz, tranquilidad, música suave de fondo, etc. Pero cuando Dios habla de amor, nos está hablando de un camino un tanto diferente a ese. Siempre, siempre el final es bueno y mejor de lo que esperábamos, pero el recorrido no es precisamente un camino lleno de pétalos de rosa.

Abraham es escogido de Dios y recibe la promesa de un hijo, pero para recibir esa promesa esperó y sufrió 25 años; el pueblo de Dios recibe la promesa de una tierra prometida, pero para recibir la tierra tiene que esperar  y sufrir 400 años; David recibe la promesa de que será rey, pero para ello tiene que esperar y sufrir 13 años, de los 17 a los 30; Jesucristo recibe la promesa de que de él vendrá el nacimiento de un gran pueblo, pero para ello esperó y sufrió el oprobio de estar encarcelado en un cuerpo humano por 33 años, y ahora, lleva 2,000 esperando esa promesa. La pregunta es ¿quiénes somos nosotros, para esperar nuestra promesa de un mundo de paz, ahora mismo? ¿quiénes somos nosotros para esperar una respuesta inmediata a lo que pedimos en oración todos los días? ¿quiénes somos nosotros para romper el molde que Dios en su absoluta voluntad diseñó desde el principio de los siglos de esperar y sufrir para obtener lo prometido?  Dios no nos quiere torturar haciéndonos esperar por lo que nos ofreció, pero algo nos corresponde hacer también para recibirlo, debemos ser templados.

El libro de Isaías  nos da la clave para recibir lo que se nos ha ofrecido: "Aquél a quien Jehová amó ejecutará su voluntad en Babilonia" (Isaías 48:14). Babilonia es una figura bíblica del mundo y todos sus sufrimientos. El pueblo a quien Dios ama no será bendito en el cielo, no será bendito entre rosas, no será bendito entre comodidades, será bendito estando en Babilonia en medio de esa suciedad, en medio de esa corrupción, en medio de ese desorden, en medio de esa incomodidad. Allí será bendito ¿para qué? para que la gloria de Dios sea mayor. Meditemos.

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