sábado, 31 de marzo de 2012

La muerte... cambia la vida.

Pocas situaciones en la vida del hombre lo hacen detenerse, reflexionar, analizar o cambiar como cuando la muerte toca a la puerta de la casa.

Como lo he dicho en muchas oportunidades desde esta ventana, no me gusta escribir a título personal, pero en algunas situaciones como en la presente es imperativo. La madre de mis hijos tenía 18 años y éste servidor 20, cuando de madrugada la muerte nos visitó. Nuestro hijo primogénito tenía 3 meses y 4 días de nacido, y el día 28 de marzo de 1974 el ángel de la muerte nos lo arrebató. Dos años más tarde, el 26 de marzo de 1976 el ángel de la muerte volvería a visitarnos para arrebatarnos al hijo que esperábamos, la madre de mis hijos tenía 20 años y yo 22. Esas muertes cambiaron nuestras vidas. La impotencia ante lo natural, la impotencia ante la voluntad divina, nos hicieron doblegarnos. Esas muertes nos hicieron detenernos, reflexionar, analizar y hasta cambiar. El ángel de la muerte volvió a visitarnos hace 16 años, entonces para llevarse a la madre de mis hijos. Ahora bien, no hay muerte que haya cambiado tanto, no sólo a una familia, no sólo a una persona, sino a todo el mundo, como la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

Si la muerte de un ser amado, duele, nos golpea, nos detiene, nos hace reflexionar, nos hace analizar y nos cambia... ¡Cuánto más, la muere sel Santo, del Perfecto, de Nuestro Redentor! ¡Gloria a Dios por el ángel de la muerte! MUCHOS no cambiarían si no fuera porque el ángel de la muerte los visita; y, ALGUNOS no cambiaríamos NUNCA si el ángel de la muerte no nos visitara tan seguido. Meditemos.

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