martes, 20 de marzo de 2012

El salva, El libra.

El poder de Dios tarda en ser mostrado en muchas ocasiones, pero siempre lo ven expuesto hasta los impíos. Ese es el caso que vemos en el libro de Daniel, en el capítulo seis con Darío quien subiera al reino luego de Nabucodonosor y su hijo Belsazar.

En el imperio de Media y de Persia había una norma entre su constitución: Ningún edicto dado por el rey, podía ser derogado ni por el mismo rey". Y, como Daniel y sus amigos eran tan fieles a su Dios, se hicieron de enemigos, esos enemigos lograron el cometido que se habían propuesto, esto es, hacer que el rey dictara un edicto en el cual se castigaba a todo aquél que no honrara al dios de ellos con ser sometido al fozo de los leones. Daniel nunca se postró ante otro dios que no fuera el suyo, y fue castigado. El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, que era el mismo Dios de Daniel lo libró de los leones. Fue así como Darío reconoció que el Dios de Israel era Dios sobre todos los dioses, con éstas palabras: "De parte mía es puesta esta ordenanza: Que en todo el dominio de mi reino todos teman y tiemblen ante la presencia del Dios de Daniel; porque él es el Dios viviente y permance por todos los siglos, y su reino no será jamás destruido, y su dominio perdurará hasta el fin. El salva, libra, y hace señales y maravillas en el cielo y en la tierra; él ha librado a Daniel del poder de los leones" (Daniel 6:26-27).

Es increíble que no sólo antes sino también ahora, encontremos gentes impías que reconocen el poder de Dios, y nosotros, quienes hemos llegada a ser parte de su pueblo, dudemos de su poder, dudando en nuestra fe en momentos cruciales de nuestra vida. Pues cuando pensamos que él nos ha dejado solos, es cuando nos ha llevado en hombros. Meditemos.

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