sábado, 25 de febrero de 2012

No somos de los que retroceden para perdición.

El escritor del libro a los Hebreos, les explica a los creyentes de aquél tiempo y a los creyentes de éstos últimos tiempos (verso 1, capítulo 1), que Dios ha hablado siempre al hombre en diferenes formas, pero que ahora, lo hizo por medio de su Hijo.

¿Cómo nos habló por medio de su Hijo? En que vino a ser el resplandor de su gloria, purificó nuestros pecados en la cruz, y luego subió al Padre a sentarse a su diestra (verso 3). Lo constituyó pues, nuestro celestial apóstol y sumo sacerdote (verso 1, capítulo 3); para que oyésemos HOY su voz, pues de no hacerlo no se entrará en su reposo (Katapausis: Metafóricamente hablando: recibir las bendiciones celestiales que Dios ofreció a quienes perseveren en Cristo, su Hijo, después de superar las pruebas hasta el final)(versos 7 al 11, del mismo capítulo 3). Pues sostiene el escritor que, hay quienes ante esas pruebas "retroceden" (Hupostole: retirarse) para "perdición" (Apoleia: destrucción, ruina, miseria eterna en el infierno) (verso 38-39 del capítulo 10).

Lo que el escritor entonces nos está diciendo es que: El creyente llega a ser creyente si oye la voz de Dios dada en éstos últimos días por medio de la muerte de cruz de su Hijo. Y, que quienes habiéndo sido "iluminados" por esa verdad (verso 32 del capítulo 10), si se retiran de esa iluminación (por cierto conocer esa verdad es muy distinto que aceptarla), lo único que les espera es una miseria eterna en el infierno. Pues no tuvieron fe en él, prueba de ello o coincidencia, es que el capítulo siguiente a esta declaración, el capítulo 11 de Hebreos, habla solamente de los hombres de fe. Meditemos.

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