jueves, 11 de octubre de 2012

Las profecías.

Cuando asistimos a la casa de Dios y sabemos que dentro está un profeta, lo que nosotros anhelamos como fervientes creyentes es que Dios nos hable por medio de ese profeta suyo. Cuando recibimos esa palabra, nuestro corazón salta de alegría pues entendemos que ya tenemos un propósito para vivir con más gusto el evangelio de Jesucristo: El evangelio de la cruz (Mateo 16:24).

Ahora bien, ¿qué sucede cuando esa palabra es dada, pero no se cumple o se cumple a medias? Analicemos un caso: Eliseo llega a Sunem, allí encuentra a una mujer casada y piadosa que le brinda un aposento "pasajero" para que duerma él y su criado Giezi. En gratitud el profeta le da una profecía: "El año que viene, por éste tiempo, abrazarás un hijo" (2da. Reyes 4:16). ¿Qué sucedió? Al año siguiente, por esos días, la mujer tuvo un niño. Más adelante, el niño muere. ¿Qué falló? ¿Quién fallo? Nada ni nadie. Era la voluntad de Dios para que la fe de la mujer creciera. La prueba de ello es que NUNCA llegó a decir o a declarar muerto al niño. Segundo, cuando el profeta vino a la casa y oró por el niño, éste resucitó lo que implica que sí era la voluntad perfecta de Dios, no la permisible (la que permite aún y cuándo él no está de acuerdo). Ahora bien, cuál es la lección para nosotros. La primera lección es que cuando el profeta es falso, simplemente la profecía no se cumple, y según dice la escritura, el profeta no solamente no debe de ser creíble, ni debe de ser temido, sino que además debiera morir (Deuteronomio 18:20-22). Ahora bien, la segunda lección es, que si el profeta es verdadero, aún y cuando el niño (nuestra promesa) murió volvió a la vida. En otras palabras la profecía sí se va a cumplir.

No desmayemos porque el final "parece" sombrío para nosotros, pues el final que Dios tiene preparado para nosotros es mucho mejor de lo que nosotros hemos pensado o planeado. Meditemos.

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